En el ‘Zamná’ alguien tararea una canción. Suena a Jorge Sepúlveda. Y Vital Alsar, mientras dirige las maniobras para abandonar el paseo marítimo de Santander, convierte ese susurro en una canción al pegarse a la boca un altavoz. ‘Santander, eres novia del mar’ fue el beso de despedida que la tripulación del trimarán le lanzó a la ciudad navegando por última vez su bahía. Comenzaba así su partida tras cinco días en la capital cántabra, la estancia más larga de todas las que hará la tripulación de Vital Alsar en su largo periplo que les llevará hasta Grecia. Esto será a mediados de noviembre. Pero hasta alcanzar el último de los puertos, el trimarán aún tiene que rellenar muchas páginas del diario de navegación. Ayer, en la singladura hasta San Vicente de la Barquera, sin duda se registraron en tinta negra una buena colección de anécdotas.

La primera de ellas fue un olvido, «por la emoción de la despedida», decían en cubierta algunos. La escala de cuatro metros del ‘Zamná’ se había quedado en tierra, pero, por fortuna, la embarcación se encontraba muy cerca del embarcadero y un práctico realizó un curioso abordaje para devolver la escala a la cubierta del trimarán. Vital Alsar, que ya había dejado de cantar pero no de dejar de mandar a gritos mensajes a la costa de la ciudad, comenzó entonces a repartir órdenes: «Dale a estribor, y en cuanto pasemos el Museo del Mar dale 1.200 (revoluciones del eje propulsor) y navegaremos a 300 metros de la costa». Las órdenes del capitán se sucedían una tras otra, como las anotaciones en el diario de navegación de César Viveros. Nacido en DF pero residente en Cozumel, el maquinista acata órdenes y lo registra todo sin perder de vista el GPS que le acompaña en la sala de mandos, donde un gigantesco timón de madera brillante guía los millas que recorre el ‘Zamná’. «Pasé 25 años en la Armada de México», dice Viveros, «y es mucho más duro navegar en un barco de vela que en uno de acero. Es mucho más difícil y costoso». Y se ríe al recordar una frase de su país: «Los hombres tienen que ser de acero para llevar un barco de madera».

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Artesanía náutica

Pues más aún si esa madera es la del ‘Zamná’. Su construcción artesanal es algo problemática: «Cuando llueve se cuela agua», reconoce un tripulante. No obstante, su diseño sobre el mar es más que un barco recorriendo el mundo con un mensaje de paz. La estela que deja el trimarán rezuma el poso de la historia: «La quilla del barco es fenicia, y sus formas recuerdan a la cultura árabe; los dos flotadores atados al casco principal son un guiño a los polinesios, que navegan en canoas con estos flotadores», explica uno de los tripulantes.

Sea o no por la historia, lo cierto es que a la altura de Suances la nave ya ha demostrado su total estabilidad sobre el agua y en la cubierta del ‘Zamná’ nadie se ha mareado. Y menos Juan Pablo, el niño maya que campa silencioso por el trimarán: «Yo no me mareo, en México salía con mi padre a pescar desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde».

Las condiciones meteorológicas, típicas de un día de sur como el de ayer, también pusieron fácil la navegación, sobre todo a los principiantes (familiares y periodistas) que acompañaban ayer a los 14 tripulantes fijos del ‘Zamná’. Pero, soplando el sur, tenía que llegar la lluvia y las ráfagas de viento. Y llegaron. Y con ellos, la intensidad a cubierta. Las órdenes de Vital volaron por encima del ruido y los tripulantes comenzaron a trepar por las redes. Entre cuatro agarraban cada cabo para izar el trinquete, luego la mayor, el foque y la mesana. El sonido del motor, que como un murmullo estuvo presente toda la travesía, quedó noqueado con el golpe de viento que masajeaba las velas desplegadas. El ‘Zamná’ se acercaba a más de ocho nudos hacia la costa de Comillas imparable.

No hizo falta elevar la verga ni desplegar la gavia. La tradición náutica de los veleros corrió por las venas de los mástiles y antes de lo que el capitán quería el trimarán se plantó frente a su destino: a siete millas de la entrada a puerto de San Vicente de la Barquera: «El ángel de la guarda se bajó al ver que íbamos tan rápido y debemos parar para esperarlo», dice un tripulante tirando del refranero azteca. Casi fondeados, la tripulación sigue enlazando tareas. «Cuando nos aburrimos y hay mala mar, jugamos a ver quién llega al otro lado de la cubierta sin mojarse». Si no, está el DVD, «o el dominó»

Resulta difícil imaginarse esos momentos de ocio con el constante zumbido de órdenes del capitán. Incluso para preparar la comida, toda la tripulación se pone manos a la obra. En la pequeña cocina (apenas tres metros cuadrados y decenas de cajas de fruta, conservas y botellas de agua) se manejan cinco o seis marineros con agilidad. Lo llevan en la sangre. Sus padres fueron tripulantes con Vital Alsar en los 70. Es el caso de Jorge Riveros Gilardi, su padre realizó la travesía de los galeones en 1978. O el de Shane, canadiense de 26 años, licenciado en Relaciones Internacionales: «Mi padre fue en las balsas con Vital», dice en un castellano fluido. Para él, la gran pregunta es qué hacer después de un viaje como el del ‘Zamná’.

A ocho millas, en algo menos de ocho horas, sucede de todo, así que cómo volver a la rutina que abandonaron. Esa es la pregunta para la que Diego Edén no tiene respuesta. Su bisabuelo rescató a Vital Alsar en el incidente del marino en el Pacífico y él, con 23 años, dejó su trabajo de ingeniero por el ‘Zamná’. La llegada a San Vicente dejó claro que la rutina no tiene sitio en los camarotes del trimarán. La última anécdota estaba por llegar.

Información obtenida de www.eldiariomontanes.es